Hoy quiero compartirte una reflexión de tolerancia, esa que tanto exigimos para nuestros hijos pero que a veces sin querer nosotros tampoco aplicamos. Hace unos meses noté que me estaba afectando mucho lo que yo llamaba una “actitud egoísta” de algunas personas con quienes me he topado en la calle. La conducta de las personas, al menos en la ciudad en la que vivo, ha cambiado contundentemente en el último año.

Una cosa que valoro mucho de este país es la cultura de respeto y amabilidad que tienen los ciudadanos. En tan solo unos pocos años me acostumbré a esta cultura e incluso la adopté como parte de mis principios en cuanto a compartir en comunidad.

Pero en los últimos meses, he notado que la gente está más centrada en sí misma, en el llegar primero que tú a la caja registradora del supermercado, en agarrar ese puesto en el estacionamiento aún y cuando tú tenías la luz de cruce para estacionarte allí. Me indigna mucho el egoísmo y reconozco que situaciones como éstas en algunos momentos no sacaban lo mejor de mí.

Mi nivel de tolerancia estaba en el subsuelo. Llegaba a mi casa a veces amargada y permitía que las acciones de otros en la calle dictaran el cómo sería el resto de mi día.

Comencé a reflexionar, no me gustaba cómo me estaba sintiendo ni cómo estaba respondiendo a estas situaciones. En medio de mi reflexión noté que yo no estaba practicando esa tolerancia que tanto exijo para mi hijo, caí en cuenta de que estaba juzgando de egoísta a todo el que actuara de cierta forma que no iba acorde a mis principios o expectativas.

Hay acciones de otros que no se justifican, pero podemos aún tratar de mirar la situación con más empatía y cambiar nuestra perspectiva de las cosas. Estamos viviendo tiempos difíciles en términos de pandemia y otras cosas que están pasando en el mundo. Hay mucha ansiedad, estrés y agobio. Ha habido reducción de personal en muchos empleos y hay personas haciendo el trabajo de dos, hay quienes tienen a un familiar hospitalizado. Hay cansancio y desesperación por que todo vuelva a la normalidad.

La calle es un caos porque el mundo está contagiado de este de cierta forma. Vale la pena preguntarnos, ¿qué podemos hacer desde nuestras posibilidades para contagiar al mundo de una energía mejor?

Al mirar las acciones de otros desde la empatía y el beneficio de la duda, estamos también mirando desde el amor. Así como queremos que miren a nuestros hijos cuando éstos presentan conductas desafiantes en la calle. Después de todo, nuestros hijos también han llegado, sin quererlo, a ser irrespetuosos en algún momento. Qué maravilloso sería que todo aquel que indirectamente sea irrespetado por mi Diego, le dé el beneficio de la duda y lo mire desde el amor.

No se trata de hacerlo solo por el otro, sino también por ti. Cambiar tu perspectiva y mirar las acciones de otros con más empatía también es un acto de amor hacia ti. Durante el tiempo en que me estaban afectando las conductas de otros en la calle mis niveles de estrés aumentaron y mi bienestar general se vio afectado, causando estragos también en la conexión con mi hijo.

Es importante enfocarnos en lo que sí podemos controlar, no podemos cambiar la conducta de los demás, pero si podemos cambiar la nuestra. La tolerancia empieza por nosotros mismos. El caos es contagioso, el amor también lo es. Escojamos sabiamente lo que queremos contagiar. Propongámonos esparcir amabilidad por el mundo y enseñar a nuestros hijos a hacerlo.

Hablemos de tolerancia con acciones más que con palabras.

Te abrazo fuerte.

About the Author: Carel Innecco

Coach de salud y disciplina positiva con amplia experiencia en abordaje conductual, conexión y comunicación asertiva con niños neurodiversos en ambiente escolar Montessori. Especialista en bienestar y autocuidado de padres. Fundadora de Autismo sin Tabú.

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